06 julio 2016

Coleccionista de mariposas



Entonces se acercó, me tomó del mentón y me miró inquisidoramente. Su barba brillaba a tan pocos centímetros que casi podía sentirla rozándome la piel. Sus frases cayeron sobre mí como limón en los ojos.

“A veces la mariposa no nace de su capullo, sino del hambre de luz. El archivo del corazón, comprimido en el tiempo y el espacio, encuentra una estructura en forma de mariposa en la que “transferirse”, y se sostiene en ella y contra ella, ansiando desesperadamente contagiarse de su dorada condición alada. Lo que el corazón no sabe, es que la mariposa no puede volar. Lo que la mariposa no sabe, es que el corazón, para latir, sólo puede vampirizarla.

Y este falso insecto es sólo el pálido reflejo del recuerdo primigenio de unas alas. Hay otra luz, mucho más pura y cálida, dentro del propio corazón, pero este, herido por su propia ceguera, puede agotar hasta el último de sus latidos, con la red vacía en las manos, sin llegar a encontrarla.

Coleccionas mariposas, pero no me buscas a mí, no tengo alas. Yo no existo”, sentenció, mientras le quitaba la ropa.



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