Algún día,
pronto,
te
florecerán las manos
y yo no estaré debajo.
Qué injusto que la primavera
inunde tu piel de almendra
y sea para otra boca la promesa de
cereza.
Mientras,
al otro extremo de la elipse,
donde aún hace otoño y frio,
contemplo mis constelaciones de
lunares
y trazo el peregrinaje de tus dedos
largos.
*
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