31 mayo 2017

6 flores antes




Resultó que, tras un año sin flores, la orquídea no se había marchitado, sino que estaba “en barbecho”. El ciclo de la vida-muerte-vida culminó, por algún capricho compensatorio, con 11 capullos, el doble de los que habían florecido hasta la fecha. No importa cuántas veces lo hayas vivido, siempre es un casi un truco de magia. Al comienzo surge un palo, una insulsa varita mágica de la que acaba abotonando la que posiblemente sea la flor más elegante y voluptuosa del planeta. Y no puedes evitar sentirte fascinada.

Lo confieso: inconsciente y estúpidamente, asumí que no podía ser casualidad que la orquídea y tú “brotáseis” a la vez, entonces, cuando nadie os esperaba, en lo más crudo del crudo invierno.

Ese año el frío fue más tolerable porque llevaba implícita una hermosa, aunque quizá efímera, promesa doble. Marzo y abril fueron fieles a su esencia, precipitando y recibiendo. Surgieron las caricias y las flores, el paladar visual se aclimató al color y el tacto se acostumbró al calor. Todo era gozosa y prometedoramente primaveral, pero en el cénit de todas las cosas, justo cuando había florecido la quinta flor, desapareciste como si te hubieran arrancado de la corteza del planeta, demostrando que no había nada insólito ni especial en aquella primavera. Sin embargo, continuaron llegando puntualmente las flores (la sexta, la séptima, la octava, la novena…), como hermosos turistas solitarios a una tierra donde no los espera nadie. Y yo no puedo evitar preguntarme por qué el amor siempre es una promesa que acaba 6 flores antes.

*

22 mayo 2017

Capítulo 8/Epílogo




Para A.
Odio la palabra nunca,
Odio la palabra siempre,
Odio el maldito significado de tu nombre,
Odio el cínico mes de mayo y su imposición modernista,
Odio los fuegos artificiales empapados de lluvia,
Odio tu look de príncipe Disney del siglo XXI,
Odio tu cabello rubio, tus ojos azules, tu aspecto de guiri extraviado,
Odio tu masculinidad de sauce,
Odio el río que translucen tus gafas,
Odio tu sonrisa perfecta a lo Ryan Gosling,                             
Odio la potencialidad de tus manos,
Odio tu timidez adolescente y su polaridad de azufre,
Odio tus promesas de celofán perfumado,
Odio las inflexiones de tu voz de nebulosa,
Odio las baldosas amarillas que recorrí de tu mano,
Odio el final pre-escrito en mis zapatos de rubíes,
Odio tu silencio de cuchillo lorquiano,
Odio la dictadura de la fecha de caducidad de los contratos,
Odio tu truco final, a lo prestige de un mago,
Odio el hueco sideral que ha perforado tu ausencia,
Odio la crueldad inconclusa de los zarpazos,
Odio la piedra de luciérnaga que robaste,
Odio la exactitud matemática del látigo,
Y, sobre todo,
Odio tu camisa
abandonada
como un kanji impronunciable.

*

17 mayo 2017

Gosling 2.0





Tienes la misma sonrisa que Ryan Gosling en Drive cuando mira a Carey Mulligan,
esa delicia híbrida entre la timidez adolescente, la ternura y el anhelo.
Puede que sea algo universal y todos los hombres del mundo acudáis en secreto a “Gosling 2.0” para aprenderla,
pero tú la dominas, es tuya, sin vacilación ni esfuerzo.
Y desde el otro lado, el del “regalador regalado”,
no queda más remedio que desplegar las constelaciones y los mapas
o “recorrer océanos de tiempo”,
para volver a invocarla.



15 mayo 2017

La inevitable vocación de los continentes




El mundo se derrumba y nosotros nos desencontramos.
Como si descubriésemos, de repente, que somos dos continentes distintos en Pangea.
El suelo se agrieta y retrocede.
Ya hay kilómetros donde ayer estaban tus pies.
No distingo la estela de tus manos.
El tiempo se automutila en ralentí, como en una película de Frank Miller.
El azul del mar es áspero.
Recojo su sal en mi copa y brindo por los escombros, por la amargura y por la soledad enquistada.
Tarde o temprano llegaré a mi destino.
Sola.
No, peor.
Con la huella de lo que pudiste haber sido dibujada en mi espalda.     

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07 mayo 2017

Galerna day



Nunca dejará de sorprenderme el efecto galerna en Donosti. De buen tiempo y solazo a lluvia torrencial y vientos huracanados en 3'4 segundos (y de guardar las gafas de sol para sacar el paraguas en exactamente el mismo espacio de tiempo). Todo puede y debe caber en el bolso. Es como si el día, agotado de sol, tomara un punto de apoyo y se diera la vuelta.

Hoy me he bajado del tren empapada. El paraguas en mi mano era un arma azul semiherida y exhausta, mientras que mi cabello (¡gracias, frizz!) parecía una maraña ingobernable. Lo lógico habría sido ir directa a casa, secarse, cambiarse de ropa y hundirse bajo una manta con un chocolate a la taza maldiciendo la engorrosa tiranía del 40 de mayo. Sin embargo, un estúpido e irracional impulso me ha llevado de la mano hasta el lugar donde trabajas. Y al llegar a mí desvío, con los jeans aún empapados a las piernas y mi peor hair day como tarjeta de presentación, he descubierto, abatida, que no estabas.

Con el cuerpo y el ánimo aún más plomizo, mientras me solazaba en la calidez del “home-sweet-home”, he descubierto que la ilusa posibilidad de verte, aunque acabe siendo frustrada, ya es más reconfortante que unos pies secos o un chocolate caliente.

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