25 diciembre 2017

How to save a life




A nadie le extrañó que Pam usara su único viaje en el tiempo para intentar salvar a su hermana pequeña. Cuando esta tenía siete años, Brie, que por entonces sólo contaba con dos, le contagió el sarampión, arruinando un muy ansiado fin de semana con sus abuelos maternos. En el curso de aquellos tres frustrados días, sus abuelos formaron parte del grupo de víctimas mortales del atentado del 72. La tragedia afectó profundamente a toda la familia, pero especialmente a Pam. No sólo tuvo que asimilar una enorme pérdida, sino que, con el tiempo, llegó a la conclusión de que su hermana había sido la única responsable de haberle salvado indirectamente la vida. Y, sin darse cuenta, Brie pasó a ser su amuleto de la suerte, su estrella, su heroína.

Ocurrió un sábado por la mañana. Ambas se encontraban en la parada de aerotren cuando vieron cruzar a un gatito grisáceo, de no más de cuatro o cinco meses, por un puente de tráfico paralelo. Con el corazón en un puño, fueron testigos de cómo consiguió esquivar a los coches y atravesarlo sano y salvo. Sin embargo, su alivio se tornó en pánico al observar como el pequeño felino, desorientado, retomaba el mismo recorrido en la dirección contraria. Angustiadas e impotentes, le gritaron como si este fuera capaz de entenderlas, desafiando a la mala suerte y al tráfico que, indiferente e insolidario, no redujo ni modificó su velocidad en ningún momento. Finalmente, un coche golpeó de forma brusca al animalillo y le pasó mecánicamente por encima. Ni siquiera aminoró la marcha ni miró hacia atrás en ningún momento. Para su conductor no había accidente y, consecuentemente, tampoco culpa.

Brie fue más rápida que Pam. Esta última nunca entendió cómo una niña de 11 años pudo reunir tanta fortaleza y determinación en media décima de segundo. Cuando Pan echó a correr, Brie ya había subido a la plataforma y, de forma tan temeraria como valiente, se encontraba parando el tráfico. No tardó demasiado en recoger al felino y llevarlo delicadamente en brazos, ante el estupor y fastidio de tod@s l@s conductor@s con l@s que se cruzaba. Inconscientemente, supo desde el primer instante que el cachorro ya estaba muerto, y cuando ambas llegaron a una de las plataformas y comprobaron que su pequeño corazón había dejado de latir, un par de líneas de lágrimas de rabia atravesaban el rostro de la joven rescatadora.

Una semana después Brie fue encontrada muerta en aquel mismo puente. Las cámaras confirmaron que había cruzado en rojo y que, ciega a todo y a tod@s, parecía empeñada en perseguir lo que las grabaciones identificaron como un gato blanco. ¿Qué pasó por su cabeza? ¿Por qué se escapó sola? ¿Cómo nadie pudo evitarlo? Y, lo peor de todo: ¿por qué no lo había previsto ella? Brie lo había sabido una semana antes al observar a aquel pequeño gato, pero Pam también acabó comprendiendo, demasiado pronto (o demasiado tarde), que no hay nada tan caprichoso, cruel, injusto y arbitrario como la muerte.




Le quedaban dos años para la mayoría de edad y aquello significaba que podría tener acceso al único viaje en el tiempo que le correspondía. Para frustración e intranquilidad de tod@s, se negó a experimentar el duelo, quedándose enquistada, obstinadamente, en la fase de negación. Aquella pérdida aún no era tal, nada era irreversible. Investigó diferentes cursos de acción e, incluso, utilizó un casco de simulación de probabilidades. De esta forma, casi un año más tarde, llegó a la conclusión de que la única y mejor forma de salvar a su hermana, sería ir directa a la raíz del problema y rescatar de la muerte a aquel pequeño gato gris.


El ansiado día llegó y contaba con poco más de media hora. Sabía que le estaba prohibido relacionarse con cualquier persona que se cruzara en su camino, sin embargo, las normas no especificaban nada en relación a los animales. Una vez situada en el punto exacto, pudo observarse a sí misma y a Brie desde el otro lado del puente. Llevaba un traje de camuflaje y sabía que no había ninguna posibilidad de que ambas la descubrieran, pero no pudo evitar un ataque de llanto al volver a ver a su hermana pequeña, tal y como la recordaba, con sus eternos 11 años. Abrió el mecanismo de la caja y este liberó su amplia red desde la parte baja de la plataforma clave hasta el puente, pero el gato no aparecía. El momento se aproximaba y Pam fue impacientándose más y más hasta que comprobó, horrorizada, que el animalillo no había accedido desde la plataforma, sino que había sido arrojado desde algún coche al puente de tráfico y había estado zigzagueando a lo largo de él durante varios minutos. Aun así, la joven no vaciló y se lanzó al puente con la ventaja de la invisibilidad, demasiado tarde para atraparlo en un primer intento, pero convencida de que podría soltarle la “telaraña” que llevaba preparada cuando este volviera a cruzarlo.  No hubo suerte. El gatito volvió a aparecer y no había dado más de dos pasos en su dirección cuando un coche apareció de la nada y le golpeó en la cadera, lanzándola varios metros, hacia el pretil opuesto. Medio cuerpo le colgaba hacia el vacío y le dolía terriblemente el costado izquierdo, pero se reincorporó con rapidez, presa de la adrenalina y del pánico. Sin embargo, al alzar la vista, comprobó cómo su hermana ya estaba recogiendo el suave cuerpo del gatito sin vida, mientras su yo de 16 años la miraba horrorizada e impotente desde el otro lado.

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